Esteban Ibarra, presidente de Movimiento contra la Intolerancia
Fuente: Confilegal
Todos los años, durante la celebración del Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial, el 21 de marzo, se suele hacer balance a nivel mundial, regional y en cada país de la situación frente a esta lacra, evaluando los avances o retrocesos en la erradicación de este grave problema que ha llegado a generar grandes tragedias como el Holocausto y otros genocidios durante el siglo pasado, junto a una persistente criminalidad hacia las libertades y derechos humanos de las víctimas del odio racial.
Llama la atención que, desde la gran movilización en EE.UU. –y por extensión a todo occidente–, tras el brutal asesinato de Georges Floyd en Minneapolis por unos policías que fueron expulsados y condenados, la movilización se fuera diluyendo hasta incluso caer en el olvido.
Sin embargo los crímenes racistas se han seguido cometiendo, tanto en este país como en otra parte del mundo, y sorprende su escaso eco porque la criminalidad racista no ha sido erradicada.
La Unión Europea, desde la sensibilidad hacia su trágico pasado y coincidiendo con este contexto de movilización de la ciudadanía por este caso que conmocionó a nivel mundial, aprobó un importante Plan de Acción contra el Racismo para aplicarlo durante el quinquenio 2020-2025, con la divisa “Unidad en la diversidad” en donde llamó a luchar contra la xenofobia y el racismo, coincidiendo en el tiempo con la movilización frente a otra forma de intolerancia como es el antisemitismo.
Reclamaba combatirlos desde medios legales y democráticos, y señalaba el lugar donde crece de manera disparada el discurso de odio racista: Internet y las redes sociales; todo ello sin olvidar los múltiples espacios de la vida cotidiana, empleo, vivienda, salud, educación, el futbol y otras dimensiones en las que se reflejan estas conductas malignas.
La ejecución de las acciones del Plan antirracista europeo se encomendó a los países de la Unión y recaen en la responsabilidad de los Gobiernos y por consiguiente, España debería haber comenzado hace tiempo esta tarea.
Y no solo no lo ha hecho, sino que tiene pendiente desde el inicio de esta legislatura, actualizar la Estrategia Integral contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas conexas de intolerancia que fue aprobada en noviembre de 2011, hoy está muy superada.
También se realizaron promesas desde el Gobierno de aprobar una Ley contra el Racismo, reivindicada por muchas entidades para consolidar y concretar instrumentos de protección de la diversidad étnica, de apoyo y solidaridad efectiva con las víctimas, de formación de policías y operadores jurídicos, que combatiera la infradenuncia de delitos de odio y que fuera toda una garantía para nuestra sociedad democrática, plural y antidiscriminatoria que la Constitución española establece y el Tratado de la Unión y la Carta Europea de los Derechos Fundamentales afirman.
Pero las promesas y compromisos nunca se han concretado. Ni hay estrategia, ni ley, ni nadie sabe de la aplicación del Plan 2020-25 de la UE. El gobierno, de momento, no está en esto.
RACISMO, XENOFOBIA Y OTRA INTOLERANCIA ASOCIADA
A medida que nos adentramos en el siglo XXI, la globalización ha contribuido a intensificar en toda Europa los flujos migratorios en respuesta a la demanda de los mercados laborales en las sociedades de destino y de huida de condiciones de pobreza y precariedad laboral en las sociedades de origen, cuando no de guerra o desastres ecológicos en el caso de los refugiados; sin embargo en situaciones de crisis económica y de dificultades políticas y sociales derivadas, se configuran escenarios desde donde se explotan todo tipo de contradicciones de base real y conflictos para alimentar la intolerancia y la xenofobia.
Mientras tanto, en España también el discurso de odio y los delitos racistas siguen aumentando como incluso muestran las estadísticas de criminalidad del Ministerio del Interior, cuyos informes anuales señalan que en los últimos años que el delito de racismo y xenofobia, así como el motivado por ideología prosiguen su crecimiento, siendo los más reiterados.
Conviene precisar que se viene a entender como racismo, aquella cosmovisión, actitud, conducta o manifestación que supone afirmar o reconocer tanto la inferioridad de algunos colectivos étnicos como la superioridad del propio.
El propio concepto de “raza” en la especie humana carece de sentido, tal como afirman la biología molecular y la genética de poblaciones y por tanto, las valoraciones que se hagan con arreglo a los denominados “criterios científicos sobre la raza” solo encubren y justifican el racismo, como es el caso de las teorías del “coeficiente intelectual” o la “inadaptación a determinados deportes”, entre otras. Las expresiones y los hechos más criminales de intolerancia racial las podemos encontrar en el apartheid, la limpieza étnica y el Holocausto.
En cuanto a la xenofobia, se interpreta como actitud y conducta de rechazo, desprecio e irrespeto hacia personas extranjeras o percibidas como tales, como es el caso de los inmigrantes que sufren hostilidad, odio, segregación, marginación, privación de derechos, discriminación e incluso amenazas y violencia. Se alimenta de prejuicios, de animadversión por distintas causas o de visiones etnocentristas que rechazan la cultura, valores y tradiciones de las personas que migran, obstaculizándoles su acogida y su presencia.
Suele ir acompañada de intolerancia religiosa y cultural, en especial de islamofobia y antisemitismo, también ideológica, de unos comportamientos que hacen de la diversidad su enemigo y del diferente, el inmigrante, un objetivo potencial de agresión, que puede ser llevada a cabo por grupos nacidos del fanatismo xenófobo.
También hay hispanofobia, y es impulsada desde diferentes vectores de intolerancia que amenaza la convivencia democrática. Junto a los españoles, los inmigrantes de origen hispano, sufre estereotipos, prejuicios y conductas de intolerancia hispanófoba, tanto en determinados territorios de España como en otros países, además de xenofobia por su condición de extranjeros.
En nuestro país, más de millón y medio de inmigrantes colombianos, venezolanos, ecuatorianos, hondureños, peruanos… por su pertenencia a una comunidad lingüística y cultural pueden ser potencialmente víctimas de conductas de odio, hostilidad, discriminación y violencia por motivos raciales o étnicos.
LA SINRAZÓN DE LA XENOFOBIA
El rechazo latente a compartir igualdad de trato en materia de empleo, sanidad, educación, vivienda o de atención asistencial se constata y evidencia en situaciones discriminatorias de la vida cotidiana. A ello se añade la agitación y hostigamiento hacia los inmigrantes que impulsan grupos xenófobos en internet y redes sociales o en las calles, con consignas tipo “stop la invasión”, “nos quitan el trabajo” u otros del tenor como que “tienen más facilidades de acceso a las ayudas sociales”, o acusar a los inmigrantes de “actividad delincuencial”, incluso pedir que se normalice su exclusión por conflictos culturales o de otra naturaleza, a lo que contribuyen los asaltos de frontera o episodios de violencia de grupos delincuenciales y una deficiente política de inclusión y ciudadanía.
Los discursos de odio y de intolerancia xenófoba estigmatizan, promueven la confrontación y alientan el miedo hacia los inmigrantes que viven con nosotros, juntos trabajamos o utilizamos los mismos servicios públicos.
La xenofobia dificulta que España avance en una inclusión fundamentada en la integración intercultural, senda en la que se situó nuestro país en los años 90 y que afirma la tridimensionalidad de la política migratoria europea, basada en cooperar en el desarrollo humano en los países de origen de las migraciones, apoyando que nadie se vea forzado a migrar, fundamentada en el control de flujos migratorios y fronteras, por tanto en una política activa de inmigración segura, ordenada y regular, coherente con el Pacto Mundial en Marrakech (2018), y por supuesto, con integración que conlleva intervenir para la erradicación de la xenofobia, porque “nadie se integra, si no le dejan”.
El populismo xenófobo ante los conflictos sociales y culturales que pueden surgir en los procesos de inclusión, que no se deben de negar y que la política ha de gestionar, utiliza miedos y emociones de las gentes, recurre a estereotipos y prejuicios, construye animadversión, estigmatiza y demoniza a colectivos enteros de inmigrantes convirtiéndoles en dianas mediante un “ellos contra nosotros”, ofreciendo respuestas simples a realidades complejas para movilizar a la opinión pública mediante el uso de promesas no realistas, falaces y oportunistas.
LAS RAZAS NO EXISTEN, PERO EL RACISMO SÍ Y HAY QUE COMBATIRLO
El concepto de la “raza” no existe científicamente y la diversidad de color de piel, de aspecto físico o fenotipo obedece a la adaptación humana al medio, así afirmó la UNESCO desde 1950 apoyada por los genetistas que despreciaron tal concepto sobre el que pivotaron las distintas mutaciones de las tesis racistas y que actualmente emergen con nuevas expresiones como el racialismo (expresión que oculta el racismo).
Esta perspectiva propugna la existencia de “razas humanas” con relevantes diferencias entre sí y que se traducirían en el terreno cultural, económico y político. Y aunque el racialismo no implique “superioridad de una “raza” sobre otras, como descaradamente propugna el racismo, suele llevar aparejadas propuestas de supremacismo y segregación racial.
Para el racialismo, la persona es lo que su grupo «racial» de pertenencia “es”; la individuación de la persona y diferenciación en el interior a su grupo racial asignado no existe y estas concepciones esencialistas acaban aportando argumentos para quienes transcurren por la vía del odio, la violencia y la intolerancia racial.
Dado que no existen diferencias significativas de orden genético entre seres humanos de distinto aspecto físico externo, el concepto de RAZA no tiene sentido y debería ser suprimido del vocabulario cotidiano de los científicos, de los actores sociales y del público en general (Francia lo retira de su Constitución) Sí que tiene sentido, por el contrario, referirse a colectivos étnicos o etnias, como expresión que tipifica la diversidad de aspectos, culturales y valores.
Siguiendo a Anthony D. Smith, experto en etnicidad, «se pueden definir las etnias como poblaciones humanas que comparten unos mitos sobre la ascendencia, unas historias, unas culturas y que se asocian con un territorio específico y tienen un sentimiento de solidaridad».
La diversidad humana es muy grande, existe pluralidad de aspectos físicos, gran multiplicidad de religiones, culturas, idiomas y comportamientos y es muy flexible y varía con los tiempos y el mestizaje, y está basada en diferencias accidentales provocadas por la adaptación al clima, la alimentación y la forma de vida o por diferencias socio-históricas y no por diferencias genéticas estructurales.
La aplicación de la mentalidad clasificatoria a todo (taxonomía) y la separación identitaria tiene sus peligros. El apartheid no exhibía el aspecto de “superioridad”·, sino la conveniencia de que los diversos vivieran de forma separada, postulado que hoy recogen quienes se oponen al mestizaje.
Este planteamiento subyace en la “limpieza étnica” que tristemente practicaron grupos serbios y croatas en la guerra de los Balcanes: “Cada raza, cada etnia, en su territorio exclusivo”.
ESPAÑA TIENE QUE HACER SUS DEBERES FRENTE A LA XENOFOBIA, EL RACISMO Y LA INTOLERANCIA
Aún están a la espera que se concreten la Estrategia y la Ley demandadas, así como el compromiso de la ejecución del Plan antirracista 20-25. Ya va con retraso y hay voces que anuncian que ni se esperan.
La respuesta debe de contemplar la inclusión y la política de integración intercultural, como proceso bidireccional de esfuerzo mutuo, ha de garantizar la igualdad de trato, la humanización de los procesos migratorios y los valores democráticos junto al respeto y aprecio de la diversidad cultural; una política con un enfoque de derechos humanos; que debe construirse desde el pilar de la garantía por el Estado de Derecho de las libertades y de los derechos fundamentales para todos, y con la argamasa de una tolerancia solidaria que salvaguarde la dignidad humana.
Y hay que abordar problemas reales como los flujos migratorios no legales, irregulares e inseguros. Solo así venceremos la desinformación y manipulación de la xenofobia en los diferentes ámbitos sociales e institucionales, consiguiendo objetivos estratégicos en la gestión de la igualdad y de la diversidad en el seno de nuestro país.
Sin olvidar que estas conductas generan daños y provocan víctimas que suelen ser las gran olvidadas, junto a una sociedad que resulta quebrada en su convivencia democrática, pese al esfuerzo de numerosas ONG y sociedad civil, escasamente ayudadas.
La dinámica de odio radicado en la intolerancia sabemos cómo empieza pero nunca alcanzamos a ver las altas cotas de barbarie que puede culminar. En grado superlativo del paroxismo racista, los “científicos” de la Alemania nazi llegaron a establecer escalas de proximidad y lejanía de lo humano, en función de determinadas características externas y sociales de las personas, llegando a determinar quiénes eran “subhumanos” y “vidas sin valor”.
Por todo ello y mucho más, educar en la memoria contra el racismo, neutralizar prejuicios y cosmovisiones supremacistas, doctrinas que nieguen la dignidad humana, apoyar a las víctimas reforzar la legislación, aplicar políticas de integración, asumir en profundidad la tolerancia y los Derechos Humanos, defender la libertad e igualdad de las personas, promover la solidaridad real…, hay tanto por hacer que resulta oportuno recordar su urgencia y las palabras de Martin Luther King: “es posible que todos hayamos venido en barcos diferentes, pero ahora estamos en el mismo barco”.
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