Europa se enfrenta, una vez más, a la realidad impactante de los crímenes de odio antisemitas, xenófobos, racistas y de otras formas de intolerancia, además de un clima social donde la convivencia democrática se pone en peligro y la intolerancia se expande. Actos atroces, precedidos y precipitados por el discurso de odio que se extiende por Internet las Redes Sociales, acompañados de prácticas desinformativas, bulos, fanatización y otros elementos que, incluso en contextos de pandemia y encierros, vaticinan graves problemas. La difusión de la retórica tóxica de los extremismos deviene en conductas violentas. Las amenazas contra la democracia y las perspectivas totalitarias asoman sin reparo en horizontes que no se sitúan nada lejanos. Y España no es diferente, aunque en apariencia sea menos visible, y en este caso del antisemitismo por ausencia de radares sensibles.
El antisemitismo, en sentido amplio del término, hace referencia al odio, la hostilidad, discriminación y violencia hacia los judíos que se basa en una animadversión radicada en un rechazo, incluso existencial, que puede ser múltiple, ya sea de tipo religioso, racial, político, cultural y étnico, o de todo a la vez. En sentido profundo, el antisemitismo es una forma específica de intolerancia, de irrespeto, desprecio, rechazo y de negación, que refiere a conductas que van desde la estigmatización, segregación, discriminación, hostilidad, violencia y crímenes de odio, hasta el exterminio como evidenció el Holocausto, lo que no ha sido obstáculo para la emergencia de grupos neonazis.