Bar Mitzvah en la sinagoga de Barcelona, ceremonia que marca el paso a la edad adulta.
Fuente: IdealSon ya 45.000 judíos los que han vuelto al país del que
fueron expulsados sus antepasados hace ya cinco siglos, mezclados en ese
carrusel de credos que alumbró la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de
1980 y a la que luego se ha sumado otra que abre la puerta a obtener
la nacionalidad a cualquiera que demuestre sus orígenes sefardíes. Cien mil
peticiones se han registrado en los últimos nueve años, de las que se han
analizado dos tercera partes y se han concedido en torno a 15.000. No todos
eligen vivir aquí. Con excepción de los judíos venezolanos, la mayoría
cumplieron los trámites sin otro propósito que el sentimental, una manera de
recuperar lazos que daban por perdidos.
El resto son un reflejo de la sociedad a la que pertenecen.
Profesionales liberales, artesanos, maestros, funcionarios. Y sí, también
parados, pese a ese aura de poder y enriquecimiento que les persigue. Más
aún en plena pandemia, con las sinagogas cerradas a cal y canto y los donativos
que financian becas y sacan de algún que otro aprieto, por los suelos.
Isaac Benzaquén, presidente desde el año pasado de la Federación de Comunidades
Judías de España (FCJE), es uno de ellos, de ese pueblo elegido cargado de
preceptos y acostumbrado a librar singular batalla por preservar su identidad y
sortear los prejuicios.
«La ofensa, el discurso de odio o negar el Holocausto
campan en redes sociales. La hostilidad es evidente» ESTEBAN IBARRA |
MOVIMIENTO CONTRA LA INTOLERANCIA
«A menudo supone un esfuerzo añadido ser judío. Eres más
consciente de tu identidad y eso pone todo en su justa perspectiva»LUNA ALFÓN |
DIRECTORA DEL COLEGIO IBN GABIROL
No se imaginen a un 'jaredim': levita y sombrero negros,
barba ingobernable, tirabuzones. No. Como la inmensa mayoría de sus hermanos de
origen sefardí, este hombre nacido en Melilla y trasplantado a Málaga, pasa por
un ciudadano cualquiera. Uno que, subraya, se ha sentido siempre «seguro, libre
y respetado, por quienes me rodean y también por las instituciones. La
verdad es que quien se ha acercado a mí lo ha hecho siempre guiado más por la
curiosidad que por el rechazo». Quizá sea por eso, por la necesidad de
trabajar la tolerancia, que concede tanta importancia a la educación. Y más en
un país que ha olvidado la aportación cultural de los judíos -quién es capaz de
situar a Maimónides, a Ibn Gabirol, a Abraham Abulafia-, que llegaron a sumar
600.000 almas. Uno de cada diez habitantes de la España medieval.
Hermetismo
No es el único en hacer ese diagnóstico. Si se le pregunta a
Jacobo Israel, 78 años, si es difícil ser judío en España, contestará que
«menos que en Inglaterra o Francia» y que aquí su presencia provoca «sobre todo
indiferencia». A lo que siempre se enfrentan, dice, es a los prejuicios «y, en
el caso de la izquierda radical, a una discriminación disfrazada de
antisionismo». El nunca tuvo dificultades para su realización personal
-llegó a ser director general de la empresa donde trabajaba-, así que cuando éstas
llegaron las recibió como un mazazo. «Iba a dar una charla en la
Complutense y me recibieron con carteles donde me tachaban de 'conocido
usurero'. A mí, que soy ingeniero», recuerda indignado.
El retorno de los judíos no es flor de un día, lleva
produciéndose desde que se abolió la Inquisición en 1834. La reina Isabel
necesitaba créditos para hacer frente a los absolutistas y los encontró en la
banca Rothschild, artífice también de las primeras líneas férreas. Poco después
llegaría la libertad de culto y el derecho a abrir sinagogas, aunque la
experiencia aconsejaba cautela y bastaba con que en una habitación se reunieran
diez varones para celebrar oficios (la mujer no está obligada a rezar en
público, aunque nada se lo impide), una costumbre que no ha cambiado. En
1956, coincidiendo con el término del Protectorado marroquí, llega el grueso de
la población judía procedente de Tánger, de Larache, de Tetuán. También con
las dictaduras militares en Sudamérica. La Ley de Libertad Religiosa, en plena
Transición, y la aprobada en 2012 para propiciar la nacionalidad de los
descendientes de sefardíes, completan el cuadro.
Sus herederos conforman hoy un abigarrado mosaico,
confrontado a la necesidad de «romper su hermetismo», reconoce Benzaquén, una
actitud derivada de la prevención de un entorno hostil y del miedo a perder sus
tradiciones.
Moshé Bendahán, al frente del Consejo Rabínico de España,
sabe mucho de tradiciones y preceptos, que son el armazón sobre el que se
levanta el sentimiento de pertenencia a este pueblo. No resulta fácil para
alguien que lo observa desde fuera e incluso entre ellos lo aplican en
distintos grados, según su devoción. «Nada más abrir los ojos, la
oración para agradecer a Dios por un día más de vida, un regalo que a menudo
damos por hecho». Es la primera de una larga lista que concluye al
acostarnos, cuando se pide perdón por todo lo negativo en lo que hayamos podido
incurrir.
«El peor rato lo pasé en la Complutense. Iba a dar una
charla y me llamaron 'conocido usurero'. A mí, que soy ingeniero» JACOBO ISRAEL
| ESCRITOR Y DIVULGADOR
Pero si algo destaca en el imaginario colectivo es el
'cashrut', las leyes alimenticias, algo así como una «dieta del alma», ilustra
Bendahán, que hunde sus raíces en el Levítico y distingue entre animales puros
e impuros. No es una práctica exclusiva de los hogares. En Ilan's
Kosher Burger Bar, a 50 metros de Las Ramblas, la fe entra por el estómago.
Humus, shawarma de pollo marinado, berenjenas ahumadas con salsa tahini...
Pescado, siempre que sea con aletas y escamas (el marisco está prohibido).
Y carne, como no podía ser de otra forma. ¿O sí? Porque la que aquí sirven ha
sido sacrificada por el rito kosher, «con un tajo en el cuello para que el
animal sufra lo menos posible y se desangre hasta perder el sentido», explica
Rony Tetroashvilii, el propietario. Lavada para evitar la sangre, retirada la
grasa... Nada llegará a la mesa sin que lo certifique Haim, el 'mashgiach' que
envía el rabino para certificar que todo es conforme a la ley judía. No es
fácil acceder a estos productos. En Barcelona apenas hay dos distribuidores y
sólo uno sacrifica en Cataluña.
DATOS
1834 / El retorno empieza con el final de la Inquisición. Sevilla,
Ceuta y Melilla son las primeras ciudades en tener comunidades judías.
15.000 judíos han conseguido la nacionalidad desde que en 2012 el
Gobierno español abrió esa vía para quienes demostrasen sus orígenes.
Un esfuerzo añadido
Pero las restricciones van más allá, recuerda Bendahán.
Afectan a festividades como el Año Nuevo judío, la Fiesta del Perdón, la Pascua
que conmemora la huida de Egipto o el Yom Kipur. No hay problema si uno es su
propio jefe, de lo contrario no queda otra que ir laminando los 30 días de
vacaciones que hay por convenio. Y, por supuesto, el sabbat, que arranca el
viernes con la puesta de sol y dura hasta el día siguiente «cuando salen las
tres primeras estrellas». Tiempo de descanso, de meditación y lectura.
También de sexo «por ser el día de mayor dimensión espiritual», desliza el
rabino.
¿Y la mujer? ¿Les ocurre lo que a la protagonista de
'Unorthodox', la serie de Netflix que retrata la pesadilla de una joven esposa
asfixiada por las tradiciones? «La interpretación que hacen los ultraortodoxos
no está contenida en la ley judía, que ni establece con quién deben casarse, ni
les obliga a raparse el pelo o a encerrarse en casa. La mujer está insertada en
el mundo laboral, hace el servicio militar, accede al mundo académico».
Que se lo pregunten a Luna Alfón, directora del colegio Ibn
Gabirol de Madrid, el único del país que ofrece todos los ciclos educativos a
chicos y chicas judíos, y que es concertado hasta Bachillerato. 330 alumnos que
cumplen la normativa curricular, incluidas las dos horas de Religión, en su
caso consagradas al estudio de la Torá. Pero no basta. Hay clases
complementarias, de hebreo moderno, por ejemplo. O de festividades y
costumbres. De preparación al Bar Mitzvah, una suerte de catequesis para
entrar en la edad adulta. Campamentos de verano, Sunday Schools... «Ser judío
supone un esfuerzo añadido, no hay duda, pero eres más consciente de tu
identidad y eso sitúa todo en su justa perspectiva».
«Casar a una mujer, rapar su pelo, encerrarla en su
casa... Tradiciones como las de la serie 'Unorthodox' no reflejan la ley judía»MOSHÉ
BENDAHÁN | PTE. CONSEJO RABÍNICO DE ESPAÑA
Para Luna, que se sepa tan poco de Maimónides dice mucho de
nosotros como país. «No puedes valorar una pérdida si no sabes lo que tenías
antes. A menudo me preguntan si he encontrado antisemitismo, pero yo contesto
que lo que más he visto es desconocimiento».
«No hay memoria y lo que le llega a la gente es por la
tele»
Esteban Ibarra no es judío, pero lleva años alertando contra
«el discurso del odio, en particular desde las redes sociales». Presidente del
Movimiento contra la Intolerancia, al amparo del que opera el Observatorio de
Antisemitismo, Ibarra tiene claro quiénes son los más interesados en reabrir
heridas y abonar el desencuentro. «Yihadistas, neonazis... También la izquierda
radical, que no se identifica como partido porque el reformado Código Penal
castiga esa práctica, pero donde la hostilidad es evidente cuando enarbola la
bandera palestina, la del Polisario...». Benzaquén recuerda, en este sentido,
la polémica desatada por Pablo Iglesias cuando aludió al Holocausto como una
cuestión «administrativa y burocrática».
El presidente de la Federación carga también contra los BDS,
el movimiento que anima al boicot, desinversiones y sanciones para el Estado de
Israel y todo aquel que se relacione con él. Así las cosas, y aunque Benzaquén
no cuestiona «la hospitalidad y tolerancia que caracteriza a la mayoría de los
españoles», no renuncia a vigilar sinagogas y escuelas para protegerse de la
acción de 'lobos solitarios'. «Pensar que no somos objetivo sería absurdo».
Con la guardia alta
El informe Raxen (Racismo y Xenofobia) recoge medio centenar
de ataques dirigidos al entorno judío. Como el registrado hace apenas dos
semanas en el cementerio de Hoyo de Manzanares (Madrid), el mayor del país, que
apareció cubierto de pintadas neonazis.
Si echamos la vista atrás surgen episodios como el de la
selección judía de waterpolo femenino a la que se impidió competir en Barcelona
o el veto al cantante Matisyahu en el festival de Benicassim. «Hay un
alineamiento antijudío que estremece -sostiene Ibarra-, sin duda por falta de
educación. Nuestra memoria es escasa y lo poco que retenemos nos llega por la
tele».
Tampoco comparte la exigencia constante a los judíos de
pronunciarse sobre política israelí. «Imagínese que cada vez que sale al
extranjero le reprochasen por Abascal. O por Iglesias. Como si todos en España
estuviéramos cortados por el mismo patrón».