Nunca se fue. El mal absoluto, parece sempiterno, con sus nudos de rencor y exterminio, sigue ahí. En estos días, la memoria sufre ante el afán de transitar, ¡otra vez!, el camino antisemita de la Kristallnacht. El pogromo de la arianización que abrió una infinitud infernal para los judíos de Europa: der Judenfrei. El río de sangre hirviendo anunciado por Dante. Es preciso recordarlo.
También el 7 de octubre de 2023, en las tierras de Israel, en los corazones de los judíos de todo el mundo, entre los defensores de la libertad y la democracia, en las sociedades libres occidentales. Hace días, la furia se desplegó, ¡otra vez!, sobre las calles de Ámsterdam, ante la pasividad institucional incapaz de contener una noticia avisada. Una vergüenza para la casa real de Orange-Nassau.
Por eso, repetimos: «el nueve de noviembre es cualquier día».
Una tesitura de siglos en las antiguas esquinas de las calles de Occidente que muestra sus costuras rotas. El viejo problema de nuevo.
El antisemitismo judío a través de los tiempos. La base de la segregación social judía por sus convicciones de pueblo monoteísta, su torá, sus tradiciones. No importa el instante preciso del inicio de un sufrimiento de siglos: la segunda caída del Templo, los avatares medievales, desde san Agustín a las tesis de Lutero. El destierro judío, la mística religiosa, la diáspora. Una condena a la migración perpetua, a la idea medieval del judío errante originada en Paris allá por 1229. La mitomanía rediviva del siglo XIX que devino en criminal.