Sorprendidos por las recientes declaraciones
del Vicepresidente segundo del Gobierno en rueda de prensa y sin entrar en absoluto
en los supuestos que han generado la
polémica, si debemos corregir, porque en modo alguno podemos aceptar, que
haya que “naturalizar” que “cualquiera
que tenga presencia pública o cualquiera que tenga responsabilidades en una
empresa de comunicación o en política” esté sometido a “tanto a la
crítica como al insulto en las redes sociales”, acompañando esta
apreciación con sus vicisitudes acerca de que “le insulten y le digan de todo”.
No
podemos aceptar esta normalización pues
esto, si se realiza, es una MALA PRÁCTICA
que daña la convivencia, el respeto y el
aprecio a otro, y por tanto,
imposibilita la tolerancia y daña la
calidad democrática de una sociedad. Y no se debe realizar ni hacia
periodistas, ni hacia políticos, ni hacia nadie en ningún ámbito social.
Tampoco hay que confundir realizar una crítica, algo legítimo democráticamente,
con el INSULTO, que es ilegítimo
por inmoral, no debiendo realizarse en ninguna parte y que si se hace con publicidad en las redes sociales puede llegar a constituir diferentes
infracciones reprochadas punitivamente.
LIBERTAD EXPRESIÓN, NO ES LIBERTAD DE AGRESIÓN.
El insulto es una acción que ofende, que humilla a una persona, a un semejante que comparte igual dignidad,
libertades y derechos y que siempre debe de recibir del prójimo un respeto y
aprecio más allá de la discrepancia, con independencia de la crítica y el
debate derivado. Y no se puede defender como “libertad
de expresión”. Mas bien lo que se acaba defendiendo es la impunidad
para degradar, despreciar y denigrar,
para promover prejuicios, burlarse y difamar, para coadyuvar en la construcción
de un discurso basado en la intolerancia. Defender esa mala práctica, es
posicionarse en la “libertad agresión” y
eso nunca lo debe defender nadie y menos un alto cargo institucional.
Ningún
Código deontológico, mucho menos la Constitución española y la Carta Universal
de Derechos Humanos, puede amparar la
normalización del insulto. Ninguna organización social que haga suya la
praxis de la pedagogía de la convivencia democrática, de la tolerancia, que trabaje con la infancia, con los jóvenes,
con la sociedad en general puede hoy asumir la defensa del insulto que es la puerta de entrada la espiral del discurso de odio y a la
evolución a males mayores.
Trabajamos
socialmente por todo lo contrario,
por no normalizar el insulto, por
desterrarlo, por erradicar los malos comportamientos en las redes sociales, por educar a nuestros menores y mayores en el respeto
profundo de la dignidad de la persona. Nadie, desde la ética de la responsabilidad, puede
defender el insulto como práctica normalizada.
Por
consiguiente, le invitamos a que reconsidere
su posición respecto a las malas prácticas del insulto y a considerar que
es mejor ser aliados en la solución de las mismas, que ser parte del problema