Esta definición hace hincapié en el vínculo entre los niveles institucionales de islamofobia y las manifestaciones de tales actitudes, desencadenadas por la visibilidad de la identidad musulmana percibida de la víctima. Este enfoque también interpreta la islamofobia como una forma de racismo, por la que la religión, la tradición y la cultura islámicas se consideran una «amenaza» para los valores occidentales.
Algunos expertos prefieren la etiqueta «odio antimusulmán», temiendo que el término «islamofobia» corra el riesgo de condenar todas las críticas al Islam y, por tanto, pueda reprimir la libertad de expresión. Pero la legislación internacional sobre derechos humanos protege a las personas, no a las religiones, y la islamofobia puede afectar también a los no musulmanes, basándose en percepciones de nacionalidad, raza o etnia.
Según un reciente informe del Relator Especial de la ONU sobre la libertad de religión o de creencias, la sospecha, la discriminación y el odio descarado hacia los musulmanes han alcanzado «proporciones epidémicas».
Muchos gobiernos han tomado medidas para combatir la islamofobia, como la promulgación de leyes contra los delitos de odio, y han adoptado medidas para prevenir y perseguir los delitos de odio, llevan a cabo campañas de sensibilización pública sobre las personas musulmanas y el Islam destinadas a disipar los mitos negativos y las ideas erróneas.