Fuente: María Serrado / Público
En la España en guerra del verano del 36 no resultó fácil documentar la represión invisible de palizas, rapado y la purga de aceite de ricino. Estos hechos, simplemente se anularon, se borraron del mapa. Sin embargo, han podido llegar hasta nuestros días legajos, testimonios que evidencian aquellas formas de castigo que se usaron específicamente contra mujeres. Y que los archivos han revelado que también se materializaba, en algunas ocasiones, en hombres. Existen escasas fotografías que reflejen esta humillación en "aquellas rapadas" y en casi ningún caso se muestra en el ámbito masculino cuando el fascismo intentaba cuestionar la dignidad de las víctimas, deshumanizarlas, dejarlas sin identidad. Unas veces por "rojos", otras por "invertidos" o simplemente por no apoyar al nuevo régimen militar que se empezó a gestar aquellos días.
Pura Sánchez, historiadora y autora del libro Individuas de dudosa moral que sufrieron aquella represión de género, señala a Público que existía "la necesidad de dar castigo ejemplar eliminando un rasgo esencial de identidad como era el cabello para las mujeres". Un componente deshumanizador que también afectaría a los hombres. "Se trata de un elemento identitario para desvirtuarlos como personas sin llegar a reconocerse ellos mismos".
En los archivos militares hay casos de rapados. Muy escasos en comparación con los de mujeres, pero existen. "El régimen buscaba el sometimiento, la vergüenza pública con el ricino en aquellos paseos infames". Esta herramienta podía llegar a usarse con homosexuales, tal y como destaca Pura, "para una humillación por su condición sexual y para cuestionar su virilidad por el hecho de darles el mismo castigo que a aquella feminidad que consideraban tóxica".
Montilla, 1936: el director de orquesta que vio, rapado,
cómo pelaban y humillaban a todas sus alumnas
La famosa foto de las mujeres rapadas en Montilla es un retrato esclarecedor de aquella violencia denigrante. "Un único hombre y veinte mujeres, la mayoría jóvenes de poco más de 13 años de edad, que pertenecían al grupo de canto que ensayaba en la Casa del Pueblo", relata Arcángel Bedmar, historiador especialista de la represión en la zona. El director de orquestas, Joaquín Gutiérrez Luque, conocido con el apodo de 'El Bartolo' aparece tímidamente en la foto. Enseñó durante la República canto a estas jóvenes y fue sometido a un castigo ejemplar. El régimen quería señalarlo por lo que para ellos era "un músico que había dado alas a aquellas mujeres libres".
Joaquín tuvo que presenciar cómo las paseaban purgadas por la calle ante el espanto y la risa de sus verdugos. No se conoce si él las tuvo que acompañar en aquel paseo. La foto muestra la risa y el espanto de las alumnas y su maestro mientras levantaban el brazo. Gutiérrez Luque tiene pelada la mitad de la cabeza. Suficiente para quedar relegado en la nueva sociedad, aunque hoy el pueblo le ha rendido homenaje con una calle en el municipio.
Bedmar documenta más casos de humillación en la aldea de las Navas del Selpillar por falangistas en Lucena (Córdoba). Arcángel recuerda a Público cómo, al mando del teniente Luis Castro Samaniego y de varios terratenientes, se amedrentó a la población con todas las herramientas posibles. Al Secretario del centro obrero, Adolfo López de los Ríos, "le obligaron a pelar a siete mujeres y después lo raparon a él y le afeitaron las cejas, pero consiguió sobrevivir". Otros, afirma el investigador, como es el caso del primer alcalde republicano de la aldea, Antonio Cortés, tuvo que huir antes de que la única represalia no fuera la humillación ni el ricino.
Las rencillas nunca dejaron vivir en paz a Antonio
(nombre ficticio) en Posadas
"En Posadas, otro pueblo de Córdoba, hubo hechos muy violentos tras el golpe de Estado, y como represalia los franquistas fusilan allí a varias personas, incluso vecinos de otros pueblos", apunta Julio Guijarro, historiador, que ha documentado el informe del caso de Antonio, que también sufrió la vergüenza de ser rapado y obligado a tomar aceite de ricino en medio del "resentimiento acumulado" al finalizar la guerra en su pueblo.
"Se trataría de una manera de ajustar cuentas, de poner en práctica una justicia paralela a la militar, la única permitida por el régimen", destaca Guijarro. Y "mucho más difícil de evidenciar en el caso de los hombres, que también pasaron por estas vejaciones y que apenas se conocían".
El caso se encuentra en los archivos por la denuncia de un Guardia Civil franquista al final de la guerra en la primavera de 1939. "Se demuestra que un grupo de falangistas maltrató, rapó y dio ricino a varios hombres que vuelven a casa al terminar la guerra", entre ellos Antonio que no fue la única humillación a la que fue sometido. "El ricino no les bastó. Le obligaban a rezar de rodillas, de día y a la vista de todos, ante la Cruz de sus Caídos que estaban construyendo". Además, tuvo que soportar "cada noche intentos de pegarle y matarle en el calabozo".
Guijarro apunta que dejaban mechones y daban ingesta de purgante a varios, no solo a Antonio. "Aunque el procedimiento es contra una persona la denuncia es de varios" que busca poner de costumbre el pelado, ricino, y rezar sobre la Cruz de los Caídos. Guijarro concluye que a pesar de que se abren "diligencias previas para investigar los casos, serán sobreseídas por el auditor sin responsabilidad para los autores, tras demostrarse los hechos ante juez militar".
Cuando el rapado y ricino se acercaba algún derechista
como "escarmiento"
El historiador Francisco Espinosa revela a Público que "existen varios casos de derechistas a los que le dieron ricino", como fue el caso en Mérida de J.B.S por su escaqueo a la hora de dar dinero a la causa del régimen. "A un hombre de derechas no le pueden hacer nada grave porque no lo podían permitir, le daban un vaso de ricino como una represalia más suave".
El caso del sastre Antonio Luque Martínez, tal y como evidencia Espinosa, señala las formas de actuación de Falange en el verano del 36 en sus oficinas de la época, hoy Pabellón de Brasil en Sevilla. "Luque fue otro caso de rapado de cabeza y cejas y purgado con ricino", otra ocasión que pone en escena "cómo afectaron a alguien cercano a la sublevación".
El rapado y ricino no se escapaba de la represión a
homosexuales
José María García Márquez rescataba del archivo un legajo de los "paseos" que se daban en Almonte. "Las mujeres peladas eran rojas y los hombres invertidos y rojos. No se les fusiló a ninguno de estos y solo se les hacía a ellos y a ellas comparecer cada día en el cuartel de Falange".
Este instrumento de represión femenina era usado para reconocer la condición homosexual de los hombres. No se pueden contabilizar pero los testimonios orales revelan que en otros pueblos como Ayamonte (Huelva) se encontraron a más de una mujer que eliminar, también raparon y humillaron con ricino a algunos hombres por su condición sexual, además de ser acusados de pertenecer a la logia masónica.
El caso de Isidro Fernández, Secretario General de Izquierda en el El Rocío, sufrió todas las vejaciones posibles para escarnio público. Los testimonios orales cuentan cómo a Isidro lo maltrataron, lo vejaron junto a otros vecinos. Pedían voluntarios para fusilarlos. Hasta ofrecían comida vino y comida por cometer la atrocidad. Antes de fusilarlo, Isidro fue rapado y purgado con ricino. Aunque en los papeles prometía que no se fusilaría a nadie, Isidro es asesinado en septiembre del 36 con 41 años de edad.
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