El 1 octubre de 1931 se aprobó por primera vez en la historia española el artículo constitucional que consagró el derecho al voto femenino. Ganó el sí por 161 votos frente a 121, y en los diarios de sesiones de la época se recogen con detalle los argumentos de una izquierda dividida, que desconfiaba del voto de la mujer, influenciada por “la sacristía y el confesionario”.
En esas Cortes sólo había tres mujeres y, paradójicamente, dos de ellas, Clara Campoamor y Victoria Kent, protagonizaron las posturas contrapuestas en un debate intenso e, finalmente, histórico.
“No es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República”, sostuvo Kent (Partido Radical Socialista). La mujer “para encariñarse con un ideal, necesita algún tiempo de convivencia con el mismo ideal”, advirtió Kent para asegurar que, si todas las españolas fueran obreras o universitarias “y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino”.
Campoamor, en contra de su propio partido, el Radical, fue la encargada de replicar a su colega para apostar por reconocer a la mujer como ser humano, por “pura ética”, todos sus derechos. “Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano”, advirtió a los diputados. “No dejéis que la mujer, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias”. En su opinión, los parlamentarios nunca tendrían bastante tiempo para llorar ese error histórico de dejar a la mujer, que “representa una fuerza nueva, una fuerza joven”, al margen de la república. Venció su tesis, pero en el hemiciclo se enfrentó a sus propios compañeros de partido.
0 comentarios:
Publicar un comentario