Aficionados del Sevilla recuerdan al ultra fallecido en Madrid / CRISTINA QUICLER (AFP)
elpais.com.- La
violencia acaecida en los aledaños del estadio del Manzanares, protagonizada
por grupos ultras, nos vuelve a trasladar a los infiernos. La tragedia es
irreparable porque se cobra la vida de Francisco Javier Romero Taboada y,
además, deja heridos por armas blancas, visibiliza hechos dantescos y traslada
un mensaje de horror que daña la convivencia social, asusta a los verdaderos
aficionados al fútbol y transporta una imagen belicista impropia de nuestro
deporte líder, imágenes que van a ser conocidas hasta en el último rincón del
planeta.
Una
precisión expresiva: no son los aficionados, son los ultras. Unos sujetos que
por aplicación de la Ley contra la Violencia, el Racismo y la Intolerancia en
el deporte, deberían estar fuera de los estadios. Sujetos que se benefician de
la indiferencia y pasividad de aquellos directivos que permiten albergarles en
espacios reservados de grada, incumpliendo el requerimiento legal de sacarles
de su anonimato mediante el libro de Registro exigido para grupos no
formalizados y sus actividades. Unos sujetos que tienen hartos a toda la ciudadanía
porque ellos son los responsables de una violencia que provoca poner
dispositivos especiales para disfrutar de este bello deporte.
Dicen que los hechos son ajenos al fútbol, pero no es verdad,
habría que preguntarse por qué se declaró de bajo riesgo el encuentro, si este
era el dispositivo adecuado, y si, desde la seguridad policial, nadie detectó
la quedada violenta. Pero hay más, ¿por qué los ultras siguen en los fondos de
los estadios? ¿Los directivos no observan los peligros de esos grupos? ¿Los
coordinadores de seguridad de los estadios no constatan y reportan hechos de
riesgo y violencia? ¿Las autoridades deportivas no son conscientes del grave
problema? Se abre un tiempo donde no caben balones fuera, ahora toca asumir
responsabilidades.
Aunque la
violencia viene al fútbol, el fútbol tiene que expulsarla y no hay lugar para
la indolencia de responsables institucionales, deportivos y políticos. Nuestro
deporte líder está muy salpicado de crímenes de odio y violencia, con pérdidas
irreparables como esta muerte de Francisco Javier y otras como la de Aitor
Zabaleta, Manuel Ríos, Frederic Rouquier o Guillem Lázaro, de 13 años, por una
bengala. Ni el fútbol ni este país se merecen este daño producido por los
grupos ultras, calificado de “accidente” por quienes tienen obligación de
erradicarlo. Y un añadido ético y legal, nadie con sensibilidad suspendió el
partido.
A
problemas “teóricamente complejos”, sí caben soluciones sencillas. Aplíquese la
legislación que para eso está. Expulsen a los ultras de los estadios de fútbol.
Identifíquese policialmente a los violentos. Identifiquen a quienes hacen
apología de la violencia, como esos neonazis que se burlan del homicidio a
través de internet. Actúe a fondo la Fiscalía de Delitos de Odio. Sanciónese
judicial y administrativamente como corresponde, liberen definitivamente al
fútbol y a la ciudadanía de la lacra de la violencia ultra porque hay legislación
suficiente.
Nadie
puede mirar para otro lado, y menos los directivos. Nadie puede obviar este
problema, todos, Consejo Superior de Deportes, Liga, Federación, futbolistas,
medios de comunicación, todos deben decir: ¡Basta Ya!, y además, la Comisión
Estatal contra la Violencia y el Racismo debe convocar a su Observatorio,
olvidado durante cuatro años, para que impulsemos medidas preventivas y de
sensibilización como requiere la Ley.
Esteban Ibarra. Presidente de Movimiento
contra la Intolerancia y Vocal del Observatorio de la Violencia y el Racismo en
el Deporte.